Era como seis años atrás, yo tuve un sueño. En ese sueño, me encontraba delante de un lago bien negro y terrible. Estaba parado en el lado del lago, cuando escuche una voz que me decía, “Porque no te olvidas de todos tus problemas y te tiras adentro”. Sentí la tentación de obedecer la voz y tirarme adentro de este lago negro y terrible, y terminar con todos mis problemas, aunque no viese la luz jamás. Mientras contemplaba tirarme a las profundas tinieblas de este lago negro, rápido sentí un poder que me hiso saltar a la cumbre de una roca que salía del lago. Según miraba hacia abajo, me di de cuenta que ese poder era la mano de Dios, que a tiempo me hiso saltar a la cumbre de aquella roca alta. En ese momento el sueno se acabo. El siguiente día mientras meditaba en esto, daba gracia a Dios que extendió su mano, y me dio fuerzas para saltar a la cima de la roca, evitando que me quitara la vida en este sueño.                    

Este sueño es de un creyente de una iglesia local.

Commentario por el hno. Nelson Cintron:

   Hermanos y participantes, el creyente que tuvo este sueño me relato, en el tiempo que tuvo este sueño, estaba pasando por tiempos difíciles. Por mucho tiempo estaba buscando trabajo y no encontraba, además de otros problemas. Después de este sueño estaba bien animado. La mano del todo poderoso lo había lanzado hacia arriba, a lugares más altos de fe y confianza. De otra manera no hubieses visto la luz por toda la eternidad. Estando fortalecido en la fe, poco después encontró trabajo. Este hermano hasta ahora, esta activamente perseverando en el señor y testificando para Jesús.

Amigos, el diablo desea que cometiésemos suicida. Él le dijo a Jesús exactamente eso, ”Échate hacia abajo” (Lc 4:9). El viene a robar  y  a  matar  (Jn 10:10).     Pero  Jesús  vino  a darnos  vida  (Jn 3:16). Cuando San Pedro se estaba hundiendo en las aguas, la mano del Señor lo levanto (Mt 14:31). Según nuestra fe es probada por el fuego, al pasar la prueba, será hallada en alabanza, gloria y honra, en el día del Señor (1P 1:7).